Por: Estefanía Alfaro y Rocío Morante, médicas con formación en salud pública, gestión sanitaria y medicina integrativa, cofundadoras del blog Mujeres con Evidencia.


“Debe ser por tu regla nomás.”

“Seguro estás estresada.”
“¿Y si pruebas relajarte un poco?”

Estas frases, que muchas mujeres han recibido como respuesta al hablar de su dolor, no son solo comentarios desafortunados: son la punta del iceberg de un problema profundo en una sociedad que decidió subestimar, ignorar y desacreditar a las mujeres que expresan dolor, y que, en lugar de ayuda, reciben críticas y, muchas veces, derivaciones a psiquiatría.

A nivel mundial, el 70 % de los pacientes con dolor crónico son mujeres. Sin embargo, el 80 % de los estudios sobre el dolor se realizan principalmente con sujetos masculinos, ya sea en ensayos con animales o humanos. Esto es preocupante, dado que existen claras diferencias de género en la experiencia del dolor, así como en los efectos secundarios y la eficacia de los medicamentos recetados para controlarlo.

La verdad del asunto —y retomamos aquí una frase que se repite— es que “no nos enseñaron en la facultad de medicina” que el dolor tiene género. El dolor no se expresa de la misma manera en hombres y mujeres, y esto se debe a diversos factores biológicos que, además, interactúan con factores socioculturales y ambientales.

Diversos estudios han demostrado que las mujeres experimentan más dolor, durante más tiempo y en más partes del cuerpo que los hombres. Sin embargo, su dolor es tratado con menos medicamentos analgésicos, menos intervenciones y con menor credibilidad.

La evidencia emergente sugiere que el genotipo y el funcionamiento del sistema opioide endógeno desempeñan un papel causal en estas disparidades. Una amplia literatura también implica a las hormonas sexuales como factores que influyen en la sensibilidad al dolor. Además, procesos psicosociales como el afrontamiento del dolor y la exposición temprana al estrés pueden explicar las diferencias de género en la percepción del dolor, junto con los roles estereotipados que afectan su expresión.


HORMONAS Y DOLOR

Aunque los efectos del estradiol y la progesterona sobre la sensibilidad al dolor son relativamente complejos (ambos ejercen efectos pronociceptivos y antinociceptivos), la testosterona parece ser más antinociceptiva y protectora por naturaleza, especialmente dada la asociación entre la disminución de andrógenos y el dolor crónico.

También existe evidencia que sugiere diferencias corticales relacionadas con el sexo durante el procesamiento de estímulos dolorosos. Un estudio reciente de imágenes cerebrales reveló que las mujeres que usaban anticonceptivos orales y tenían niveles bajos de testosterona mostraron una menor activación en regiones cerebrales inhibidoras del dolor (como el bulbo raquídeo ventromedial rostral). Sin embargo, se necesita más investigación antes de extraer conclusiones firmes sobre las influencias hormonales en las respuestas cerebrales al dolor.

Smith y sus colegas descubrieron que las mujeres con niveles altos de estradiol y bajos de progesterona presentan una menor sensibilidad al dolor y una mayor unión a los receptores opioides mu en el cerebro que aquellas con niveles bajos de estradiol. Además, la disminución de la neurotransmisión opioide endógena se asoció con niveles bajos de estradiol. Estos hallazgos sugieren que los efectos interactivos del sistema opioide con las hormonas gonadales podrían ser determinantes clave de las diferencias sexuales en la sensibilidad al dolor.


DOLOR QUE NO SE TRATA

Un clásico artículo titulado “The Girl Who Cried Pain” documentó que, ante cuadros similares, los hombres recibían analgésicos, mientras que las mujeres eran derivadas a psiquiatría. Esta diferencia no se basa en la biología, sino en el género: en los estereotipos que nos dicen que las mujeres “exageran”, “dramatizan” o “son más sensibles”.

Aquí algunos ejemplos de lo que muchas mujeres deben soportar para que su dolor sea tomado en serio:

1. Endometriosis: enfermedad que provoca dolor intermitente que se exacerba durante la menstruación. Su diagnóstico demora hasta 7 años y, en la mayoría de los casos, requiere cirugía laparoscópica.

2. Fibromialgia: condición multicausal cuyo diagnóstico tarda entre 3 y 8 años, ya que suele considerarse un “diagnóstico de descarte”. Genera dolor de origen central y es de manejo complejo.

3. Osteoartritis: condición inflamatoria de las articulaciones que produce dolor y se agrava con ciertos factores climáticos. Es común en mujeres menopáusicas y, frecuentemente, se normaliza o subestima.

El dolor no tratado no es solo una condición física, sino una experiencia emocional desagradable que, si se cronifica, puede afectar severamente la calidad de vida, limitar el disfrute cotidiano, generar aislamiento y rechazo hacia los profesionales de la salud, especialmente cuando minimizan o ignoran el sufrimiento referido.


EL CASO PERUANO: CIFRAS QUE TAMBIÉN DUELEN

En el Perú, el dolor crónico afecta a cerca del 60 % de la población de Lima Metropolitana, según la Asociación Peruana para Estudios del Dolor. El 58% sufre dolor persistente que interfiere con su día a día. Y, sin embargo, muchas veces ese dolor no es diagnosticado, ni tratado, ni siquiera validado.

Tomemos la endometriosis: afecta a una de cada diez mujeres en edad fértil. Se trata del crecimiento de tejido similar al endometrio fuera del útero, lo que causa dolor pélvico crónico, menstruaciones muy dolorosas, inflamación, fatiga e infertilidad. Su diagnóstico tarda entre 7 y 10 años. ¿Por qué? Porque hemos normalizado el dolor menstrual, al punto de ignorarlo.

Otro ejemplo es la fibromialgia. Hasta el 90 % de quienes la padecen son mujeres. Como no tiene una “prueba objetiva”, se suele poner en duda su existencia. Muchas veces se dice que “es psicológico”, cuando en realidad es una enfermedad reconocida por la OMS. El diagnóstico puede tardar más de 3 años y, en ese tiempo, las pacientes consultan a varios médicos. Este retraso no solo prolonga el sufrimiento, también agrava los síntomas e impacta en la calidad de vida.

La migraña afecta al 14 % de la población peruana, con una desproporción clara: cuatro de cada cinco casos son mujeres. No se trata solo de “dolor de cabeza”. Puede durar días, provocar vómitos, intolerancia a la luz y al sonido, e impedir trabajar o estudiar. Aun así, sigue tratándose como un mal menor. El diagnóstico puede tardar más de seis años, según el Libro Blanco de la Migraña en España (2021). La demora se relaciona con la normalización del dolor, la falta de formación específica en atención primaria y los prejuicios de género.


EL DOLOR COMO PROBLEMA SOCIAL Y ESTRUCTURAL

No se trata solo de enfermedades individuales. El dolor de las mujeres se agrava cuando se cruza con otras desigualdades: pobreza, racismo, edadismo, gordofobia. Por ejemplo, estudios muestran que mujeres con sobrepeso reciben con mayor frecuencia la recomendación de “hacer ejercicio” como respuesta al dolor, mientras se subestima su necesidad de atención médica.

Tampoco es casual que las condiciones dolorosas que afectan mayoritariamente a mujeres —como la endometriosis, la fibromialgia o el síndrome de fatiga crónica— tengan menos prestigio médico, menos inversión en investigación y menos opciones terapéuticas.


¿QUÉ PODEMOS HACER?

Primero, reconocer que el dolor es real, aunque no se vea en una imagen. Validar la experiencia de las mujeres, escuchar sus relatos sin prejuicio y no reducir su sufrimiento a lo emocional. Cuando una mujer dice que algo le duele, hay que creerle.

Segundo, impulsar más investigación con enfoque de género, que considere tanto las diferencias biológicas como las sociales. Exigir que la formación médica incorpore estos enfoques es clave para romper el círculo del dolor ignorado.

Tercero, visibilizar. Hablar de esto en voz alta: en consulta, en casa, en redes. Mientras más lo nombremos, más difícil será seguir ignorándolo.

Si eres profesional de la salud, esperamos que esta información te ayude a mejorar la anamnesis y la exploración clínica con pacientes que consultan por dolor. Y si eres una paciente, recuerda que hay profesionales empáticos que pueden ayudarte. No minimices tu dolor. No lo normalices. Y no pares hasta encontrar la atención que mereces.



Referencias

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