Cuando hablamos de investigación en salud, solemos imaginar laboratorios, batas blancas y publicaciones científicas difíciles de entender. Sin embargo, el horizonte de la investigación en salud (IES) es mucho más amplio.
La IES puede abordarse desde diversos ángulos de las ciencias y las humanidades. Lo que se estudia (y lo que no), la población incluida, la forma en que se analizan los resultados y cómo se difunde el estudio tiene consecuencias importantes y directas en la vida cotidiana de las personas, sean o no profesionales de la salud.
Una buena investigación debe publicarse de forma accesible, realizada éticamente y con el objetivo de informar y orientar políticas públicas en salud. La ciencia, desde hace años, ha tenido la última palabra: en el diagnóstico, el tratamiento y hasta en las posibilidades de prevención o recuperación de la salud.
Un hecho que ha ganado justa visibilidad —y que no nos enseñaron ni en pregrado ni en los posgrados de metodología— es que durante décadas, gran parte de la investigación biomédica se ha centrado en el “varón por defecto”: modelos animales masculinos, voluntarios hombres jóvenes y análisis sin desagregación por sexo ni género. ¿El resultado? Una ciencia aplicada basada en evidencia incompleta. Y cuando la evidencia es incompleta, la salud también lo es.
Algunas autoras han descrito este fenómeno como un problema de “mala ciencia”, producido por omisión, que genera ignorancia. Desde hace décadas, esta brecha ha sido reconocida. Un hito importante fue la decisión del Instituto Nacional de Salud de EE.UU. (NIH), que en 1993 exigió incluir a mujeres y minorías étnicas en los estudios financiados. En 2016, se incorporó el sexo como variable biológica en diseño y análisis, y en 2019 se sumó la inclusión obligatoria de personas de todas las edades. Porque “las diferencias importan”.
Como dicen García Dauder y Pérez Sedeño:
“cuando la ciencia se hace desde el punto de vista de grupos tradicionalmente excluidos de la comunidad científica, se identifican muchos campos de ignorancia, se desvelan secretos, se visibilizan otras prioridades, se formulan nuevas preguntas y se critican los valores hegemónicos, provocando auténticos cambios de paradigma”.
¿Por qué no deberíamos guiarnos completamente por estudios con poblaciones exclusivamente masculinas? Porque las mujeres no solo tenemos órganos reproductivos distintos, también presentamos diferencias hormonales, inmunológicas y metabólicas. Además, los factores sociales influyen en cómo crecemos, enfermamos, metabolizamos medicamentos, sentimos el dolor y respondemos a tratamientos.
Un ejemplo claro es el infarto cardíaco en mujeres: puede manifestarse como dolor en el cuello o mandíbula, en lugar del clásico dolor torácico. Sin embargo, hasta hace poco, los ensayos sobre enfermedades cardíacas incluían casi exclusivamente a hombres. Por ello, si una mujer llega a emergencia con esos síntomas, probablemente se piense en una contractura o tortícolis. A este sesgo androcéntrico se le conoce como “síndrome de Yentle”.
El estudio “Niños del Milenio”, que sigue a una cohorte de jóvenes peruanos hace más de 20 años, mostró que a los 22 años las mujeres presentan mayores tasas de estrés, depresión, inseguridad alimentaria, sobrepeso y riesgo cardiovascular que los hombres. Estas diferencias no solo son biológicas, también sociales. Reflejan desigualdades estructurales en educación, empleo, autocuidado y acceso a una vida libre de estigmas.
Al revisar la literatura científica, encontramos más ejemplos de exclusión sistemática de otros grupos: personas mayores, niños, comunidades indígenas, personas racializadas, LGTBIQ+, entre otros. Si no están representados en los estudios, es poco probable que las soluciones generadas respondan a sus realidades.
Aunque la evidencia internacional avanza, países como Perú enfrentan grandes desafíos. La inversión en investigación en salud es mínima, no existe una política nacional sostenida, y el enfoque de género aún es marginal. Por eso, seguimos produciendo conocimiento incompleto, que no refleja nuestra diversidad ni nuestras desigualdades.
El Índice Regional de Brechas de Género 2024 lo confirma: la tasa de embarazo adolescente en Perú sigue en 8 %, y en regiones como Loreto, Amazonas y Ucayali supera el 20 %. Aunque el 77 % de mujeres accede a anticonceptivos, solo el 57 % usa métodos modernos. Esto responde a una realidad marcada por la falta de servicios, el estigma y la ausencia de educación sexual integral.
Además, la mortalidad materna continúa siendo alta en zonas amazónicas, y el 27,9 % de mujeres entre 15 y 49 años ha sufrido violencia física o sexual por parte de su pareja. Esto impacta directamente en la salud física y mental, pero también en la participación de las mujeres en la vida pública, la política y la ciencia.
Frente a este panorama, hacer investigación más representativa no es solo una cuestión de justicia: es un imperativo científico. Porque si la ciencia no nos incluye a todas y a todos, entonces no es buena ciencia.
La invitación, siguiendo a las autoras citadas, es “a producir un cambio de paradigma que científicamente conlleva reemplazar la práctica actualmente dominante de buscar y listar diferencias de sexo/género por métodos de análisis que tengan en cuenta la gran variabilidad del cerebro humano”.
En Mujeres con Evidencia creemos que una investigación en salud con perspectiva de género, equidad y DIVERSIDAD ES POSIBLE Y NECESARIA. Y desde este espacio, nos comprometemos a seguir difundiendo conocimiento real, confiable y útil para construir una salud más justa.
Sobre nosotras y este espacio
"Mujeres con Evidencia" es una iniciativa digital creada por las médicas Estefanía Alfaro y Rocío Morante para difundir información científica rigurosa sobre salud de la mujer, con enfoque interdisciplinario y perspectiva de género. Aquí hablamos de ciencia, políticas públicas, medicina integrativa y salud desde una mirada crítica y sin tabúes.
Creemos en una medicina inclusiva, cuestionadora y basada en evidencia. Compartimos lo que aprendemos y visibilizamos lo que aún falta investigar. Porque entender nuestro cuerpo también es autocuidado, y el conocimiento —si es entre nosotras—, empodera.

Referencias
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